2 de febrero de 2014

El faraón de los billetes falsos

Seguro que habla de mi hermano? No sé de qué me habla...

 —Vamos a ver. Estamos hablando de Rafael Velasco Cedrón. Hijo de Rafael y María. Nacido el 25 de diciembre de 1954 en Bailén (Jaén).

—Sí. Ese es mi hermano.

La casa, un bajo a ras de calle del barrio de Vallecas, es humilde, pero pulcra. En la cocina se oye el bullir de una olla a presión. Es mediodía. La mujer está un poco azarada. Su nieto está a punto de llegar del colegio para almorzar.

—Espere un momento, no sea que se me queme la comida.

Cuando regresa al saloncito, la mujer repregunta entre incrédula y desconfiada:

—¡No me estará usted gastando una broma! ¿Y qué dice que le ha pasado a mi hermano?
Rafael Velasco Cedrón fue detenido hace dos semanas por la Brigada de Investigación del Banco de España, acusado de ser el mayor y mejor falsificador de billetes de 50 euros en España. Estaba en el top ten, en el podio de los más buscados por el Banco Central Europeo. Su centro de operaciones era un chalé de una urbanización de Bargas (Toledo), donde el presunto delincuente había montado una imprenta capaz de fabricar 2.500 euros falsos al día. Además imitaba billetes de 100 dólares que podrían dar el pego al mismísimo Barack Obama.

Rafael Velasco Cedrón, en una foto obtenida de su perfil de Facebook.

—¡Qué me dice! ¿Otra vez ha vuelto a hacerlo? —inquiere la hermana de Velasco, cuyos ojos desorbitados miran tras sus gafas, escéptica y desconfiada. Solo se convence de que hablamos de la misma persona cuando el visitante le muestra una foto en la que un hombre de tez morena, con barba, sonríe campechano sentado ante un par de jarras de cerveza—. ¡Sí. Es él! —exclama entonces la hermana.

Los padres de Rafael se marcharon de Bailén hace medio siglo. Él, albañil, estaba delicado de salud y pensaron que en Madrid estaría más cerca de los médicos. Se instalaron en un pisito del barrio de Vallecas y allí fueron sacando adelante, a trancas y barrancas, a sus tres niñas y dos niños. Uno de estos era Rafael, un chico poco dado a los estudios que se empleó de aprendiz en una imprenta de la zona de Embajadores. Y asimiló tan bien los secretos del oficio que con el paso de los años se convertiría en uno de los mejores falsificadores de billetes de banco.

Se casó con Mili y tuvo dos hijos. Más tarde se divorció y se casó con Conchi. Artista autodidacto, al joven Rafael se le daba muy bien la pintura. Casi tan bien como las mujeres. A partir de 1986 empezó a constituir empresas de impresión, algunas de ellas con nombre de faraón egipcio: Fotomecánica Keops, Kefren Service, Iconos, Velamar, Proyectgraf, Dronce... En una de ellas se asoció son su esposa, Conchi; en otra, con uno de sus hermanos... Pero sus negocios no iban bien. Agobiado por las deudas, empezó a pedir préstamos a su familia —“para comprar papel”—, y esta a su vez se vio obligada a hipotecar sus casas. “Todavía hoy estamos entrampados pagando al banco”, se queja un familiar.

Cumplió ya dos años de cárcel por falsificar 3,5 millones de dólares en títulos de 50 y 100. Eran casi perfectos

Cuando Rafael Velasco tenía 45 años, en víspera de las Navidades de 2000, fue detenido en la Operación Truman por la Guardia Civil. Esta registró su casa de El Boalo (Madrid) y su imprenta de Collado-Villalba y le acusó de haber falsificado 3,5 millones de dólares en billetes de 50 y 100, listos para ser puestos en circulación, además de pliegos sin cortar por valor de 20 millones más y 1.200 pliegos de pagarés fraudulentos. “Una de las falsificaciones más perfectas descubiertas hasta ahora”, proclamó la Guardia Civil. Tan exquisita era, que el autor hasta se había molestado en hacer la minúscula e imperceptible inscripción que figura en el cuello de la camisa de uno de los padres fundadores de Estados Unidos, Benjamin Franklin: “United States of America”.

Aquel encontronazo con la Audiencia Nacional le costó dos años de cárcel y fue un mazazo para la familia, trabajadora y honrada a carta cabal. No es extraño que ahora, después de aquel episodio, sus parientes se muestren estupefactos de que haya vuelto a tropezar en la misma piedra.



Pero aquel desliz no le sirvió de escarmiento y al poco volvió a las andadas: el Grupo IX de la Brigada Judicial de Madrid le arrestó en 2003 acusado de falsear cheques y pagarés usando carnés de identidad igualmente falsos.

En 2006 unió su vida a Clara Rosa Gaviria León, una mujer nacida en Bogotá (Colombia), 15 años más joven que él. Con ella regentó con escaso éxito un negocio de hostelería en la carretera de Infiesto a Ques (Asturias). De ahí se fueron a Fuengirola (Málaga), donde abrieron otro bar en la avenida de los Boliches, que tampoco fue bien, por lo que la pareja vivió de cuidar a un anciano. Más tarde abrieron otro restaurante en la calle de los Tamarindos de Mijas, donde residían en un chalé alquilado en la urbanización El Lagarejo.
En junio de 2013, un individuo coló un billete falso de 50 euros en una tienda de Jaén. La dependienta se mosqueó y avisó a la policía, que tardó poco en localizar por la zona al sospechoso y a dos compinches. “El billete era muy bueno”, asegura un mando policial. Hasta el punto que hizo saltar las alarmas del Banco Central Europeo, que le asignó un número en clave: 50C90.

Siguiendo la pista de los tres piruleros de Jaén, la Brigada de Investigación del Banco de España llegó hasta el impresor de aquel billete y otros que habían ido apareciendo a lo largo del año en tiendecitas y mercadillos callejeros. El presunto padre de aquellas buenísimas imitaciones era Rafael Velasco Cedrón, a cuyo chalé de Mijas solía acudir una procesión de compradores. Estos los adquirían al 10% de su teórico valor facial, es decir, solo pagaban cinco euros por cada billete de 50.

Velasco, aficionado a la lectura y al cuidado de las gallinas, es un hombre cauteloso y discreto. Estaba inquieto por la constante presencia de visitantes a su casa de Mijas. Así que en noviembre pasado decidió trasladar su negocio a un chalé de la calle de Mónico García de la Parra de una urbanización de Bargas, a dos zancadas de Toledo. Allí trasladó toda su fábrica de moneda: 15 impresoras, plastificadoras, planchas metálicas, negativos, tintas, prensas, máquinas de termoimpresión y hasta un ingenioso horno para el secado de los euros ideado por él mismo.

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